Una mañana de brisa helada el canto de la bahía mi casa golpeaba, sobre el mar los barcos agitados danzaban y las gaviotas sobre la playa entre las rocas miraban. Se hallaba el Sol dormido sobre un rosado velo con tapiz naranja, en una espesa manta que la lejanía acariciaba, bebían las nubes alabando la luz temprana, a la que las aves sobrevolaban la humedecida barba que caía por encima de la ruidosa riada que bajando la calva que cubría de nieve el alto de la montaña tapizaba el cerro de amapolas y de aroma a lavanda, embrujando el descenso hasta llegar a mi escondida morada.
> Mike: (Sale bostezando con los ojos entrecerrados) Que revuelo hoy las gaviotas se traman. Pues si bien pienso que debe ser la hora a la que el pesquero hace amarre para tirar lo que sobra de jureles pequeños y de pasada carnada. Mejor será que baje a la plaza a saludar al viejo que la noche pasa junto a su barca. (Baja al pueblo y saluda)
> Viejo: (Sonriendo limpiando la red) ¡Que me pellizquen! No creo lo que ven mis ojos ¿Qué hacéis por aquí, solitario joven? (Escupe el cigarrillo y le saluda) Pensé que estaríais como siempre, escribiendo poesía en lo alto del monte. ¿Aún os atormenta el mal de amores?
> Mike: (Sonriente) Qué contaros puedo que no sepáis, si os digo que escribo para evadirme del camino forzado a mirar por si las piedras no he visto, y que tras caer por él tras sufrir el olvido me esfuerzo en seguirlo apenas después de haberme erguido. Sí, estáis en lo cierto. Pues siguiendo el arroyo del monte vengo.
> Viejo: (Suelta una carcajada y le golpea la espalda) ¡Qué cosas tienes! Pero si sois más joven que un chanquete. Yo a vuestra edad no me calentaba la cabeza como un zoquete, que aún os queda por ver lo que nunca habréis imaginado que ocurriese. ¡Así que ni poesía, ni rima, ni otra leche! Iros por ahí a flirtear con mujeres, que dentro de algunas noches, soñar se os hará casi en balde. (Se parte de risa y enciende otro cigarro)ç
> Mike: (Se queda mirando la orilla) La edad no impone sobre lo que mi alma siente ni la juventud sobre lo que mi cuerpo quiere. El significado de mis días lo he forjado con poesía dedicada al romance. ¿Acaso no cuentan los versos ahogados por la noche? Pues parece que sólo cuenten los años que han volado como estrellas fugaces.
Sabed que muchos no se paran a escribir atardeceres ni tampoco recuerdan los besos que dan a su amante, tampoco tienen la inquietud de que del ayer le anhele, que ni siquiera les importan que nadie les espere cambiando de pecho como el que se muda de traje. Pero yo...(Suspira) Me siento diferente, y que me crean un niño a veces me ofende. ¿Es que la lozanía de la mano convierte lo que escribe en puro capricho o mero aire? Sí, soy joven. Pero en mi corazón arde el de un hombre.
> Viejo: (Se ríe tanto que se le cae el cigarrillo de la boca) ¡Madre mía chico! Respira un poco que os quedáis sin aire. Anda tomad esto. (Le da una bolsa con tres pescados) Para que comáis algo, que estáis cada día más delgado y os urge el llegar a mayor cuerdo. (Se despide sonriendo y vuelve a sus quehaceres)
> Mike: (Se ríe) Viejo alocado… Cada vez se parece más a su barca. (Se despide con la mano y vuelve siguiendo el camino que bordea el monte. De repente se para en seco sorprendido) > Mike: ¿Cómo habéis podido crecer aquí? (Se sienta al lado, contemplando una amapola. Saca un trozo de papel y continúa escribiendo)
Mike Ryman
Un Tren a Londres
Tras la Navidad en un querido sitio de la mano del mar y la brisa a la que estimo, después de atender cenas con la gente a la que admiro y disfrutar de un familiar encuentro con su barullo ruido, de nuevo a Londres estoy de camino.
Desde el tren observo cómo el verde tiñe el campo y sus crecidos pinos, emborronando sus copas con la niebla y su velo tupido. Al frente se abren ya camino las arenosas sendas con su tono rojizo rodeadas de arbustos, acacias y algún esbelto tilo.
Ya son las dos de la tarde y se van lejos recogiendo los cuervos salvajes que pueblan los prados y algún escondido sitio, desapareciendo entre la frondosidad del monte y su esparcido abrigo. Con ello la oscuridad va cayendo preparando su entretiempo para sustituir el blanco de la niebla que moja hasta al más erudito por algo más atrevido que turbia al aire enviciando el suspiro.
Por fin llega el tren al cobijo de su destino. Mis ojos se posan sobre el camino que tantas veces he recorrido, siento el calor de los faros que alumbran cada paso por el que he venido rodeado de imprudentes insectos entusiasmados por el luminoso embrujo que a la perdición los ha atraído.
Acompañado de la soledad, pisando su humedecido asfalto, tan sólo se oye mi marcha y a las luciérnagas danzar su brillante espectáculo. Ya todo ha pasado a ser cemento, los edificios dominan donde antes había abetos, por encima de las casas ya no hay más que un grisáceo encuentro de tener por musa a un nublado cielo, cuyas nubes de algodón convierten al horizonte en un lecho tierno.
“Bien…Ya hemos llegado”
Terminando sobre la empolvada moqueta de mi abandonado piso vuelve con tranquilidad y aburrimiento mi añorado espejismo. Con una infusión de té al limón en la mano, dando un pellizco a un bizcocho la humeante chimenea engulle la madera, haciendo flotar mi anhelado antojo.
Y así, yaciendo en mi sofá del olor a ceniza impregnado, entre risas y con mis ojos aún sellados, mi voz emergió en un murmullo de áspero tono: “La pluma la dejé sobre un papel algo empapado, bajo el tintero que aún abierto espera mi relato sobre la vuelta a la realidad y el final de mi descanso”